jueves, 3 de enero de 2013

La Musa : : :

La Musa : : :
HACIA UNA POLÍTICA DE LA PSICOSIS Y EL AUTISMO
De Sergio Zabalza. (1)

Presentación de la revista Ensayos Nº 3.
Publicación del Espacio de Investigación en Psicoanálisis del Centro de Salud Mental Nº 1 “Dr Hugo Rosarios”.


Quiero agradecer esta invitación a presentar una revista cuyo título, desde el vamos, insinúa toda una orientación. Dice: Hacia una política para la psicosis y el autismo. Y sabemos que, desde la perspectiva lacaniana, este hacia no supone un recorrido cronológico de estaciones bien dispuestas que con prolijidad anteceden una meta, sino más bien, una práctica en donde la monótona repitencia de los obstáculos habita y convive con el contingente y fugaz encuentro con la meta Se trata entonces de una política de la sorpresa, lean sino el relato del taller de fotografía a propósito del niño que, sorprendido ante la inesperada imagen que acaba de producir, se anima a titularlo con el nombre de ilusiones, porque, dicen los autores, el pequeño “descubre con sorpresa y cierto placer […] que se ha encontrado con lo que él no ha visto, lo que no había forma de anticipar, que “eso” estaba ya allí y que pudo capturar sólo desconociendo su presencia” Ahora bien ¿Cuál es el ardid para convocar a la sorpresa? Escuchen lo que formula Florencia Fiorentino en su trabajo titulado Un tratamiento sobre el ruido: “El marco de silencio que la presencia del analista promueve con su cuerpo pareció otorgar otro estatuto para lo sonoro, otro modo de escuchar ese ruido, que no llega a acallarlo, pero sí alcanza a producir una localización, una forma.” Entonces se trata de una política que, a partir de la abstinencia del analista, instaura una legalidad. Así, por ejemplo, encontramos en el trabajo de Ricardo Seijas y Gustavo Slatopolsky, no por casualidad titulado Una política de lo singular en lo colectivo, el pormenorizado análisis acerca del uso del equívoco en la psicosis, aporte frente al cual uno no puede menos que sentirse agradecido. Porque, entre otras cosas, nada más palmario para instalar una legalidad que abrir el campo del equívoco Y si apostamos aún más, el mismo texto nos invita a formular la hipótesis según la cual hablamos por la misma razón que hay autistas, si es que admitimos que estos seres encarnan o pagan con su cuerpo el imposible en que se apoya la lengua, ese que, por ejemplo, el finado señor Valdemar decía en el famoso cuento de Poe, a saber: “Estoy muerto” Sin embargo, en la viñeta que nos brinda el texto de Ricardo y Gustavo, el niño que acaba de declararse muerto se levanta y cumple con la consigna. ¿Por qué? se preguntan los autores. Y es que “Aquí hay lugar para los vivos y para los muertos”, ha dicho el coordinador apoyándose en una legalidad que nada tiene que ver con su capricho, sino con una ética que toma partido cada vez que el analista, por servirse de una pauta o convención preestablecida, hace un lugar, pronuncia un silencio o dibuja una ausencia. Tal como esa intervención pronunciada frente a un niño Drácula, el cual dispuesto a hincarle los dientes a la coordinadora, escucha que ésta le expresa: “si vas a jugar a eso vas a tener que lavarte los dientes” Es decir: cuerpo presente que se ausenta, pone condiciones, genera un movimiento. Una legalidad que propicia un más allá donde habita la sorpresa. Propongo dejarnos llevar por el estimulante encuentro entre la palabra autismo y la palabra política. Encuentro, por demás auspicioso, en virtud de que sugiere un malentendido tan insalvable como fecundo. En efecto, de hecho, nada más opuesto que el autismo y la política. Porque, desde una perspectiva meramente descriptiva, el primer término mentaría la patología, o el desarreglo si así lo prefieren, de ciertos seres encerrados en sí mismos, que no hablan. En tanto que el segundo: política, a saber, refiere a esa privilegiada dimensión con que los seres hablantes tramitan sus conflictos. Intentemos articular entonces estos dos vocablos a través de una pregunta: ¿que sería, desde el punto de vista político, un autista? Brindamos una respuesta: autista, desde el punto de vista político, sería, por ejemplo, desconocer que esta revista aparece en un contexto donde rige una nueva ley de medios. Diego Yaiche se encarga de recordárnoslo en su texto, no por casualidad, titulado autismo y comunicación. Intentemos otra pregunta para aprovechar esta tensión entre autismo y política. Por ejemplo: ¿Hay políticas autistas? ¿Encerradas en sí mismas? Obvio que sí, basta echar un vistazo a política que soporta la ciudad en el área de Salud Mental para comprobar los efectos de una modalidad de gestión cuyo modus operandi consiste en no consultar, en no escuchar ni registrar nada, aunque, por llamativa paradoja, su jefe político se encuentre procesado por… escuchas ilegales ¿No es maravilloso? Ahora bien ¿Es que los funcionarios citadinos padecen de autismo? ¿O es que el autismo político en realidad no consiste más que en la lisa y llana segregación? Si así fuera, bienvenida la contaminación que esta revista aporta. Digo que los testimonios de esta publicación dan cuenta de analistas que leen un sujeto donde otros sólo ven un trastorno o un discapacitado. Se trata de una práctica contaminada con la peste del inconciente, tal como bien señaló Freud antes de partir a los Estados Unidos. Por algo Lacan afirma que la política es el inconciente. Pero cuidado, no se trata de corrección política, sino de que la política sea el inconciente. La diferencia, siempre bienvenida, es enorme. Si una hace responsable al sujeto la otra lo victimiza; con las mejores intenciones, claro está, esas mismas que suelen ser las peores. Resulta curioso, en estos días en que se acaba de celebrar el día de la concienciación del autismo, hay gente que, por el contrario, propone ir más allá y apostar a la legalidad del inconciente. Daría la sensación, entonces, que estas dos palabras –autismo y política- ya no se muestran como compartimentos estancos ajenos, sino que basta sacudirlos con una interrogación para que el sentido de una se contamine con el de la otra. Bien, creo que aquí se insinúa uno de los ejes con que esta publicación puede ser abordada: porque una manera de pensar el lugar del analista consiste en contaminar con el sin sentido las palabras coaguladas en el cuerpo, a medida que ese trazo mordido en lo real –como dice Martín Trigo en la presentación de la revista-, se presta a escuchar al sujeto. Al respecto, nunca tan oportuno el artículo acerca de la tarea desarrollada en un taller denominado El diccionario, donde el nuevo significado que cobran las palabras adquiere valor de tal, sólo en el marco de ese espacio. Natalia Calcino nos relata, por ejemplo, el contento de un niño al jugar con la sonoridad de algunas palabras que acaba de inventar. Ahora bien, en su interesante texto Muerte del sujeto, posición de objeto, Ivana Bristiel observa que, por ejemplo, para el caso de la manía, el sujeto habla, pero en verdad no dice nada. Ivana agrega: “el maníaco deshabla en tanto todo el lenguaje está atravesado por el molinillo de las palabras: las frases, las palabras, e incluso el propio nombre, están destrozados”. ¿Cabría la misma consideración para el niño que, en el taller del Diccionario, pronuncia la palabra Tvely, vocablo que, hasta nuevo aviso, no revista en ningún diccionario publicado? Entiendo que no. ¿En qué estriba entonces la diferencia? Calciano fundamenta con las siguientes consideraciones: “David [el niño en cuestión] aclara enfáticamente la diferencia entre las escrituras de estas palabras y su fonética. Juega con la sonoridad de las palabras y el soporte material de las mismas dejando por fuera el sentido. Su risa y exaltación darían cuenta del contento en juego en esta producción, del placer de disparatar. El jugar con las palabras implica un hacer con la lengua”. Es que quizás se trate, entonces, tal como propone Lacan, de ser menos memoriosos y más poetas. Por eso, en las intervenciones no se trata de preguntar para obtener una verdad en tanto información, y si lo hacemos es tan solo con el fin de que un objeto sea la excusa para un nombre, para un tono, para una modulación que, por apelar al compromiso del sujeto, imprima un efecto en el cuerpo. En definitiva, una invención que, en el pentagrama de lo necesario, como dice Marín Trigo, albergue el tono de un estilo singular. Menos memoriosos y más poetas. Y si no, escuchen el fragmento de este poema de un paciente, citado en el trabajo de Graciela Freche. Dice el poeta: Ahora me llamo en un principio Ahora me llamo me llamo Ahora me llamo ahora Da para preguntarse, en definitiva, si entre otras cosas, la poesía –el arte o el artificio, tal como lo propone Karina Lipzer- no consisten más que en la instauración de una legalidad propicia para la sorpresa. Quizás por eso, a las políticas que sólo exigen orden, les falta poesía. Y además, suelen ser ilegales. A fin de cuentas una orientación como la que propone una revista cuyo encabezamiento reza Hacia una política para el autismo y la psicosis, no podría excluir a la poesía. Es más, me animaría a decir que un encuentro entre autismo y política sólo podría concretarse con el advenimiento de un centelleo poético, es decir, de un acontecimiento. Fíjense sino en aquellos que contaminan las palabras con secretos; dibujan una ausencia que posibilita el pudor, un asomo de cierta intimidad en el seno de subjetividades arrasadas por la intemperie. Esconden pero porque primero escanden, se trata de autistas políticos que causan sorpresas. Como Mario, ese niño alucinado que, tras ubicar un secreto en el casillero correspondiente, cesa su desanudada verborrea para así escuchar la nueva consigna que le propone el coordinador: “el [próximo] secreto que digas nadie podrá ni verlo ni escucharlo, ni siquiera el fantasma “. ¿Qué dice entonces el niño? El niño dice: Mario está. Por un instante, Mario es un autista político, parece casi un militante. Los autores de este artículo titulado Secreto fantasma concluyen: “Para sorpresa de los participantes, luego del secreto recortado a la mirada, a la voz y a una boca que devora […] Mario podrá estar muy tranquilo, en un estado en el que nadie suponía que pudiera estar jamás. Enseña además que el largo período de errancia en el lenguaje, de maquinaria infernal vociferante en el que aún se encuentra, funciona como un intento bastante precario de acallar las voces así como de revertir el enunciado haciéndolo pasar al sujeto; es decir, el niño dice “¿esto se puede comer?” cuando él es el objeto a ser devorado por el fantasma” Y agregan: el coordinador “oficia de instrumento que hace pasar el secreto del registro del habla al escrito”. Quizás por la misma razón, en un texto titulado Literatura de revistas, Edgar Alan Poe sostiene que una revista es buena si logra transmitir un más allá. Los invito entonces a corroborar el punto de vista del poeta mediante la lectura de los testimonios clínicos de esta publicación que, no en vano, apunta Hacia una política para la psicosis y el autismo (1) Psicoanalista. Integrante del Equipo de Trastornos Graves Infanto Juveniles del Hospital Alvarez.

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